jueves, 9 de diciembre de 2010

Desanclaje y descubrimiento de la España enmascarada

El escritor Francisco Ayala se refugió, al producirse la Guerra Civil, en América (Buenos Aires, y también Nueva York y Puerto Rico). Los peninsulares declarados –aunque no fuera esa una autodeclaración- adversarios al régimen franquista, tuvieron que continuar su obra en el destierro, del que algunos sólo pudieron hablar una vez concluido éste.
Ayala narró su retorno a la patria en Recuerdos y olvidos. Os muestro algunos fragmentos:

Hacer una espectacular rentrée en la escena española, ciertamente no resultaba difícil; antes al contrario, lo difícil era evitar una explotación y autoexplotación para la que eran propicias las circunstancias. Pero cuando yo, por fin, me decidí a volver a España, no venía para ser visto; venía para ver.

Optó por venir calladamente, como el que se sabe desanclado y triste. Sin embargo, muchos personajes tan célebres como él se complacieron en sacar partido de tantos años de desintegración moral, de grave exilio.

Las calles estaban plagadas de mendigos, y en sus expresiones, en la avidez con que se echaban a la boca las aceitunas o las patatas fritas que uno les dejaba arrebatar del platillo en la terraza del café, se notaba que su necesidad era entonces hambre verdadera.

Los españoles soportaban, de Andalucía a Barcelona pasando por la capital, un estado de verdadera privación. Gentes mal trajeadas, ajetreadas y desnutridas, pero no obstante risueñas ante el dolor. Eso vio el escritor:

Riéndose, el buen hombre me contestó que qué podía decirme él; que él no tenía por costumbre de alojarse en ese hotel. (···) Será acaso que la antigua costumbre de sufrir la adversidad ha cultivado en esa gente mía la elegancia de ánimo con que sabe poner al mal tiempo buena cara –una cara, a veces, muy engañosa, tras de la cual quién sabe qué no pueda esconderse de terrible.

Al volver al país, muchos no se sintieron identificados con esa España que era un sepulcro blanqueado (la máscara escurialense, la del Valle de los Caídos, sobre la cara de una España mísera, de mordaza cultural y vagabundaje). Y tal vez todos pensaron lo que Luis Cernuda expresó en La realidad y el deseo (1963), desde las Américas y sin intenciones de regreso:

¿España? Un nombre
España ha muerto

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