Cuando Ignacio Zuloaga, aquel cínico pintor vasco, finalmente aceptase retratar al Generalísimo, lo haría imitando irónicamente aquellos retratos que pintase Goya al final de la Guerra de la Independencia de Fernando VII: los brazos de primate, la cabeza deforme, los inteligentísimos ojos renegridos... Y, en el caso del Caudillo, enarbolando la bandera, tocado, vestido y calzado con boina roja, camisa azul y botas militares.
Una vez el Caudillo, a quien, según comentara el pintor a su íntimo amigo Ortega y Gasset, "no se le cocía el pan", se presentase a contemplar su retrato terminado, le diría lo mismo que había dicho a todos sus modelos anteriores, desde marquesas y enanos hasta el ya nombrado Ortega: "Yo no sé si esto está bien o mal, pero es lo mejor que hice en mi vida.". Sorprendentemente, Franco respondería rompiendo en llanto, que se transformaría en un grito colérico al comentario burlón "¡Vaya llorón!" de su acompañante y aún partidario Dionisio Ridruejo.
Una vez el Caudillo, a quien, según comentara el pintor a su íntimo amigo Ortega y Gasset, "no se le cocía el pan", se presentase a contemplar su retrato terminado, le diría lo mismo que había dicho a todos sus modelos anteriores, desde marquesas y enanos hasta el ya nombrado Ortega: "Yo no sé si esto está bien o mal, pero es lo mejor que hice en mi vida.". Sorprendentemente, Franco respondería rompiendo en llanto, que se transformaría en un grito colérico al comentario burlón "¡Vaya llorón!" de su acompañante y aún partidario Dionisio Ridruejo.
"¡Dionisio!", contestaría enfurecido Francisco Franco,
"¡Yo lloro cuando me da la gana!".
"¡Yo lloro cuando me da la gana!".
Inspirado en la anécdota que cuenta la obra "Diez crisis del franquismo", de Carlos Rojas.
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