Obviamente, quienes tuvieron oportunidades especiales en la inmediata posguerra fueron los escritores falangistas, que colaboraron en revistas culturales como Vértice y Escorial. Ésta última pretendía ser una publicación semiliberal, acogiendo la voz, por ejemplo, de Luis Rosales, poeta alistado en la Falange que, no obstante, terminó teniendo mucho más trato con la Generación poética del 36 y los maestros del 27 (Jorge Guillén, Gerardo Diego o su vecino, el propio Federico García Lorca), que con sus compañeros los “arraigados”(el ya nombrado en este blog Dionisio Ridruejo, Leopoldo Panero...).
En relación al poeta Rosales, aprovecho a recordar la exposición El contenido del corazón que La Casa Encendida (fundación que lleva, como sabéis, el nombre de uno de sus libros) ofreció hasta este pasado junio. Y os dejo, en su homenaje, unos versos:
“(···) el dolor es un don
porque nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo hombre.
Todo llega en la vida por sus pasos contados,
La primavera y el verano”
(De La casa encendida, 1949)
La corriente poética reversada, en este caso, fue la de los “desarraigados”, como Dámaso Alonso, cuyos versos eran trágicos y desesperanzados.
Igual de contraria al tono optimista y religioso de estos poetas garcilasistas que el franquismo respetaba fue la narrativa que comenzó a hacerse en la década de los 40:
Camilo José Cela, que había sido falangista, publicó obras impregnadas de lo que se llamó “tremendismo”, corriente realista que se recreaba en lo áspero y violento de la época. El título de mayor trascendencia fue La familia de Pascual Duarte (1942), al que pertenece este extracto que pone de manifiesto la deshumanización posbélica:
“(···) huir lejos del pueblo, donde nadie nos conozca, donde podamos empezar a odiar con odios nuevos”
En 1945, Carmen Laforet fue galardonada por Nada, novela urbana ambientada en la Barcelona de la época. Los personajes de esta obra se sienten igual de vacíos e inadaptados ante las agrias carencias de los tiempos que los de Cela. La autora lo expresa por medio de un estilo menos sórdido, pero la forma no le quita crudeza, al fin y al cabo, al contenido:
porque nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo hombre.
Todo llega en la vida por sus pasos contados,
La primavera y el verano”
(De La casa encendida, 1949)
La corriente poética reversada, en este caso, fue la de los “desarraigados”, como Dámaso Alonso, cuyos versos eran trágicos y desesperanzados.
Igual de contraria al tono optimista y religioso de estos poetas garcilasistas que el franquismo respetaba fue la narrativa que comenzó a hacerse en la década de los 40:
Camilo José Cela, que había sido falangista, publicó obras impregnadas de lo que se llamó “tremendismo”, corriente realista que se recreaba en lo áspero y violento de la época. El título de mayor trascendencia fue La familia de Pascual Duarte (1942), al que pertenece este extracto que pone de manifiesto la deshumanización posbélica:
“(···) huir lejos del pueblo, donde nadie nos conozca, donde podamos empezar a odiar con odios nuevos”
En 1945, Carmen Laforet fue galardonada por Nada, novela urbana ambientada en la Barcelona de la época. Los personajes de esta obra se sienten igual de vacíos e inadaptados ante las agrias carencias de los tiempos que los de Cela. La autora lo expresa por medio de un estilo menos sórdido, pero la forma no le quita crudeza, al fin y al cabo, al contenido:
“La verdad es que era todo tan espantoso que rebasaba mi capacidad de tragedia. Solté la ducha y creo que me entró una risa nerviosa al encontrarme así, como si aquel fuese un día como todos. Un día en el que no hubiese sucedido nada”.
También el teatro quiso denunciar el malestar social, con obras como Historia de una escalera (1949), de Antonio Buero Vallejo, adscrita a la corriente del realismo social. Aunque el beneplácito franquista sólo lo obtuvieron dramaturgos clásicos, como Jacinto Benavente o Manuel Machado.
Este compromiso crítico con la sociedad fue patente en los 50, con la generación de autores –de narrativa- denominada del 55: Juan Goytisolo, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite y su marido R. Sánchez Ferlosio...Autores como Cela y Delibes (que ya publicaron durante la inmediata posguerra) se unieron a estos jóvenes escritores en su disconformidad y oposición a las novelas de ideología franquista.
En 1956, la Generación del 14 (el novecentismo de Ortega y Gasset, Eugenio D’Ors...) obtuvo el Premio Nobel en la persona del poeta Juan Ramón Jiménez. Y, en 1961, salió a la luz La pell de brau, de Salvador Espriu. Al fin llegaban a las editoriales novelas escritas en lenguas periféricas.
Juan Marsé y Juan Benet son dos de los autores de la generación de escritores surgida en los 60, cuyas novelas supusieron una rotunda renovación técnica, así como una ruptura definitiva con las líneas de actuación de la cultura oficial del régimen. Autores ya mayores y consagrados –como Torrente Ballester, o nuevamente Cela y Delibes- se unieron a su entusiasmo reformador.
También el teatro quiso denunciar el malestar social, con obras como Historia de una escalera (1949), de Antonio Buero Vallejo, adscrita a la corriente del realismo social. Aunque el beneplácito franquista sólo lo obtuvieron dramaturgos clásicos, como Jacinto Benavente o Manuel Machado.
Este compromiso crítico con la sociedad fue patente en los 50, con la generación de autores –de narrativa- denominada del 55: Juan Goytisolo, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite y su marido R. Sánchez Ferlosio...Autores como Cela y Delibes (que ya publicaron durante la inmediata posguerra) se unieron a estos jóvenes escritores en su disconformidad y oposición a las novelas de ideología franquista.
En 1956, la Generación del 14 (el novecentismo de Ortega y Gasset, Eugenio D’Ors...) obtuvo el Premio Nobel en la persona del poeta Juan Ramón Jiménez. Y, en 1961, salió a la luz La pell de brau, de Salvador Espriu. Al fin llegaban a las editoriales novelas escritas en lenguas periféricas.
Juan Marsé y Juan Benet son dos de los autores de la generación de escritores surgida en los 60, cuyas novelas supusieron una rotunda renovación técnica, así como una ruptura definitiva con las líneas de actuación de la cultura oficial del régimen. Autores ya mayores y consagrados –como Torrente Ballester, o nuevamente Cela y Delibes- se unieron a su entusiasmo reformador.
En poesía, hay que mencionar, como antecedente, la poesía social-revolucionaria del poeta de Orihuela, Miguel Hernández, durante la guerra civil. Muchos autores se sumaron, en el franquismo, a su compromiso con el esfuerzo de guerra. Algunos desde el exilio de facto (el propio Juan Ramón, y muchos de los miembros de la “Generación de la amistad”: Pedro Salinas, Luis Cernuda...), y otros desde el exilio interior (Vicente Aleixandre). Adoloridos por la dictadura, convirtieron su nostalgia y su rabia en capacidad de lucha; en derecho al pataleo:
“Puedes gritar, desgañitarte a lloros,
hasta erguir, llanto a llanto, grito a grito,
tanta desmantelada, hermosa vida”
(Del poema Púrpura nevada (Rafael Alberti, 1944))
En los 50, también la poesía comenzó a verse como un arma de transformación social. A autores como Blas de Otero y Gabriel Celaya volvió a interesar la política, y, en fin, la justicia. La obra de Otero, sin ir más lejos, fue sometida a la censura del régimen, por haberse afiliado al Partido Comunista. En sus versos lo refleja con irónica impotencia:
“Puedes gritar, desgañitarte a lloros,
hasta erguir, llanto a llanto, grito a grito,
tanta desmantelada, hermosa vida”
(Del poema Púrpura nevada (Rafael Alberti, 1944))
En los 50, también la poesía comenzó a verse como un arma de transformación social. A autores como Blas de Otero y Gabriel Celaya volvió a interesar la política, y, en fin, la justicia. La obra de Otero, sin ir más lejos, fue sometida a la censura del régimen, por haberse afiliado al Partido Comunista. En sus versos lo refleja con irónica impotencia:
“ (···)
A los 52 años sigo pensando lo mismo que Carlos Marx,
Con la única diferencia de que le copio un poco pero lo digo más bonito.
(···)
A los 52 años, escribo y no escarmiento y me dedico exclusivamente a pasear, a leer, a trasladar maletas de un país a otro, y a conspirar.
(Esto lo digo para confundir a la policía).
(···)
Y escribo como un autómata, corrijo como un robot, y publico lo que pienso (es un decir).
(···)
Y sigo pidiendo la paz y, de momento, me la conceden en parte; y la palabra, y me mutilan la lengua.”
(De su poema Ergo sum, publicado póstumamente, en los años 80)
Durante la década de los años 60, por último, se consolidó la Generación del 50, los llamados “niños de la guerra”: Ángel González, Jaime Gil de Biedma o Pepe Hierro –el poeta de los vencidos- probablemente sean de la misma quinta que nuestros abuelos. Su poesía de la experiencia quedó marcada indeleblemente por las tristezas y frustraciones de la posguerra:
“(···) los vivos
odian. Los vivos perdonan.
El hombre es fuego y es lluvia.”
(Del Libro de las alucinaciones (1964), de José Hierro)
A los 52 años sigo pensando lo mismo que Carlos Marx,
Con la única diferencia de que le copio un poco pero lo digo más bonito.
(···)
A los 52 años, escribo y no escarmiento y me dedico exclusivamente a pasear, a leer, a trasladar maletas de un país a otro, y a conspirar.
(Esto lo digo para confundir a la policía).
(···)
Y escribo como un autómata, corrijo como un robot, y publico lo que pienso (es un decir).
(···)
Y sigo pidiendo la paz y, de momento, me la conceden en parte; y la palabra, y me mutilan la lengua.”
(De su poema Ergo sum, publicado póstumamente, en los años 80)
Durante la década de los años 60, por último, se consolidó la Generación del 50, los llamados “niños de la guerra”: Ángel González, Jaime Gil de Biedma o Pepe Hierro –el poeta de los vencidos- probablemente sean de la misma quinta que nuestros abuelos. Su poesía de la experiencia quedó marcada indeleblemente por las tristezas y frustraciones de la posguerra:
“(···) los vivos
odian. Los vivos perdonan.
El hombre es fuego y es lluvia.”
(Del Libro de las alucinaciones (1964), de José Hierro)
Os comento, en caso de que os interese: hay una exposición de Dalí como ilustrador en la Fundación Canal de Isabel II, en Plaza Castilla, y otra en el Fórum de La Caixa, por Atocha, también de Dalí y de Federico García Lorca.
ResponderEliminarEn cualquier caso y según la distribución que hemos hecho de los temas, es a mí a la que más ha de interesarle, pero nunca está de más. Iba a ir por interés propio, a lo mejor alguno de vosotros también.
¡Buen fin de semana!
Entrada muy interesante y aportación magnífica de Adriana. Seguid así.
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